Le gustaba mirarla mientras ella se dio cuenta.
Sólo por el placer de mirarla, siguió el parque donde le gustaba abajo para leer, hasta a la terraza donde solía tener una cerveza antes de llegar a casa y hasta la salida del trabajo cuando enfilaba la Gran Vía madrileña a casa. Querido ver su hablar con la gente que pasó, reír o hablar, cómo andaba, satélite e incluso su manera de correr, porque pronto alcanzó a ver mañana tan hacer deportes antes de ir a la Oficina.
Cualquiera diría que él estaba enamorado de ella; y sí, este fue el caso durante 20 años. 20 años en que ella había no perdido de vista, porque, verlo, es lo que le gustaba más, fue un regalo.
En las calles y en casa todas las noches, cuando se trasladó al preparar la cena en la cocina y que él rondaba en torno a lo que ayudó a. En ocasiones, pregunta qué está haciendo en este sitio donde había visto desde lejos y intentan llamarlo ya no estaba. Y siempre fue la misma: miro. Y causó su risa porque no se consideraba…